miércoles, 9 de marzo de 2016

You will burn in hell...

...do you know now why?

Sí, hace más de un año que no escribía. Y bueno, resulta que hoy me he sorprendido hilando reflexiones al respecto de un tema algo trivial, o quizá no tanto. Y pensando en escribirlas, como otras veces. Pero como últimamente cuando quiero hacer algo paso a hacerlo, aquí va.

Puede que Dover sea el grupo que ha generado más odios y polémicas en el panorama nacional español en estos últimos 15 años. Resumiendo un poco, un grupo que vendió 700 copias de su primer disco se hizo radicalmente (heh) famoso a finales de los 90 tras aparecer brevemente en un anuncio de TV. Hacían un rock garagero, una especie de punk-grunge en un inglés muy de Alcorcón.

Así empezó todo

A partir de ahí lo petaron a lo grande. Vendieron medio millón de copias de ese disco, aparecieron como banda sonora, cabezas de cartel en festivales dentro y fuera de España... incluso hicieron aparición en emisoras muy comerciales con canciones muy guitarreras como "DJ". Pero a pesar (o por culpa?) del éxito desmedido, las relaciones entre miembros y sobre todo con sus productores se tensaban, hasta el punto de que el título de su disco de 2001, "I was dead for seven weeks in the city of angels" es básicamente un resumen de su propia grabación. Finalmente, acaban por expulsar al bajista por desavenencias irreconciliables.

Y entonces, en 2006 aparece "Follow the City Lights", un disco en que pone "Dover" pero no se parece a nada de lo que han hecho antes. Es más, se trata de un pop electrónico que tiene todo lo necesario para ser odiado y repudiado por los fans más punks del sonido anterior. Las reacciones fueron encendidas, por decirlo suavemente. Como quien provoca deliberadamente, en 2007 reeditan todos sus éxitos en versión electro-pop, lo cual les vale el desprecio de miles de sus antiguos seguidores. En el momento, muchos pensamos que las hermanas Llanos, alma creativa de Dover, simplemente habían decidido "venderse" a la música comercial, cambio de imagen incluido. Lo cual no deja de tener sus propias lagunas: haciendo lo que hacían vendían cientos de miles de discos, y cuando unos años después apareció un disco con influencias de música africana fue recibido con bastante frialdad. Entonces, ¿por qué diez años Dover sigue siendo el ejemplo de músico que traiciona sus raíces y a sus fans?

Mi teoría es que en realidad la culpa es nuestra. Habiendo nacido en el 83, yo soy claramente de esa generación de los 90 que se encontró tan perdida entre Barrio Sésamo y los smartphones, de los que no vivimos la dictadura ni el miedo del 23-F y que hasta que no llegamos a la adolescencia no habíamos conocido otro presidente que González. No es que no tuviéramos referentes, pero el suicidio de Kurt Cobain nos había dejado como si se nos hubiera ido el hermano mayor adelantado, al que admiramos la pose rebelde, el que marcaba el camino. 

Cada cuál lo llevó como pudo. Personalmente, no fui muy de grunge y menos de rock español. No cogí el gusto a grupos como Extremoduro hasta la veintena, y a los dieciséis, en el pico de fama de Dover, el friki que hay en mí alucinaba con los coros épicos de Nightfall in Middle-Earth, el disco conceptual de Blind Guardian sobre el Silmarillion. Pero como todos los adolescentes desorientados, necesitaba descargar rabia, escupirle a la sociedad que está podrida, y escuchar las guitarras a todo volumen de Dover fue una especie de placer culpable. Siempre defendí que eran "el único grupo de rock de España que vale la pena" (con esa seguridad de los jóvenes que piensan que lo saben todo, claro). Que sí, que Cristina se ahogaba en los conciertos y le fallaba la voz. Pues como a nosotros, claro.

Las letras no eran una maravilla literaria, pero eran sinceras, escritas desde el sentimiento y con ese punto de poesía necesario para dejar espacio a que cada cual las interpretase desde la subjetividad y pudiera relacionarse con lo que contaban. Creo que muchos de mi generación las sentimos en ese lugar de nuestro corazón donde habita la rebeldía junto a la rabia contenida. 

Creo que ahí está el motivo más profundo de que, como generación, vivimos la "conversión" de alguien que había escrito una canción llamada Die for Rock&Roll como alta traición. No sé si la decisión fue económica o artística, pero lo que está claro es que los Dover se hicieron mayores. A diferencia de otros referentes, lo hicieron de una manera controvertida y súbita. Y esos veinteañeros que habíamos coreado desde lo profundo de las tripas su "...they say I'm dry but I'm just sick..." sentimos que nos obligaban, que nos empujaban a crecer. Sé que algunos siguieron ese camino, pasando con naturalidad del "I hate everybody" al fiestero "Let me out". 

Otros siempre fuimos más habitantes de Nunca Jamás.


Y es que los rockeros siempre han tenido ese punto de eterna juventud, de pose de macarra inocente, de hedonismo inmediato, pero también de rebeldía perpetua, de cuestionamiento de lo establecido. Que nos mantuvimos siendo un poco niños, vamos. Y Dover con su "Follow the city lights" vino a decirnos que aquello se había acabado, que ya nos tocaba dejar las juergas y escuchar música de levantarse pronto los domingos, que es la que empezaron a hacer ellos. Que total, todo aquello no estaba tan mal, que lo disfrutáramos. Y muchos de nosotros dijimos que naranjas. Poco después llegó "la crisis", y que Dover nos hubiera despertado unos meses antes pareció poca cosa. Pero dolió, porque Dover éramos un poco nosotros, y sobre todo porque ellos eran mucho de nosotros, de esa generación que dio por finiquitada la EGB y se enfrentó al nuevo milenio llena de dudas existenciales.

De esa generación que, mientras nos instalamos en nuestra década de los treinta, seguimos soñando, seguimos sintiendo rechazo, seguimos rebelándonos. Así que Dover, sinceramente espero que hicierais la música que queríais. Yo sigo sonriendo cada vez que oigo como pronunciabais ese "a-way" de "The weak hour of the rooster", y poniéndome de buen humor cuando entran las guitarras en el segundo 23 de "King George".



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